Quiero comenzar planteándote una pregunta. Piensa por un momento si ocio y juego son lo mismo para ti, ¿cómo lo ves? Probablemente estés pensando que es lo mismo o muy similar. Y si esto es así, espero provocarte mentalmente lo suficiente como para que cambies tu visión sobre el asunto cuando termines de leer este post 😉
El ocio es tiempo libre, lo que sucede cuando no trabajas ni tienes obligaciones. El juego es tiempo aprovechado y puede tener lugar independientemente de las obligaciones.
De hecho, puedes convertir una obligación en un juego. Seguro que recordarás el vídeo viral del metro de Estocolmo o de Ciudad de México en el que se coloca un piano en cada peldaño de la escalera, para incentivar que la gente suba la escalera y se mueva, en lugar de ir por las escaleras mecánicas o el ascensor. Una muestra de cómo una obligación o algo que requiere un esfuerzo extra, puede ser más llevadero y motivador si se transforma en un juego.
Como explica el neuropsicólogo Álvaro Bilbao, varios estudios demuestran que cuando dices a un niño que corra lo más rápido posible, lo hará. Pero si le dices que corra como Superman, correrá aún más. “Cuando el cerebro del niño entra en modo juego es capaz de hacer mejores cosas». Pero esto no solo les sucede a los niños, y es que cuando jugamos, se activa en nosotros el “modo jugador/a” y nos metemos de lleno en la tarea, porque todos llevamos un gamer dentro, tengamos la edad que tengamos.
Sin «miedo al error»
El juego nos permite acceder a un “yo” que está mucho más en sintonía con el mundo y en concreto, con la tarea que tenemos entre manos porque nos entregamos a la causa, bajamos las defensas del “miedo al error”, del auto-sabotaje y nos teletransportamos a esos momentos de la infancia en los que nos sentíamos libres de todo ese ruido mental que hoy nos condiciona. Esto es maravilloso. Recuerdo en un curso de autoconocimiento del gran Claudio Naranjo allá por 2009 en el que nos propusieron una actividad de juego en la que nos convertimos en niñ@s por un momento. Recuerdo que además de pasármelo pipa, conecté con la espontaneidad y esa mirada exploradora de la vida que tenía cuando era niña. ¿En qué momento la perdemos? Cada día me pregunto lo mismo cuando observo a mi hijo de 3 años… y deseo que nunca la pierda.
Esta actitud es la que necesitamos para dar lo mejor de nosotr@s mism@s en nuestro trabajo, como profesionales. Y es que sería maravilloso si pudieras jugar mientras trabajas, con esa actitud y con ese disfrute. Y es que trabajando puedes jugar, pero no estar ocioso… ¿lo ves más claro ahora? Ocio y juego no son lo mismo. De hecho en su origen, la palabra negocio implica la negación del ocio. Negocio viene de las palabras nec y otium del latín. Significan lo que no es ocio. Para los romanos otium era lo que se hacía en el tiempo libre sin recompensas y por tanto negocio era lo que se hacía a cambio de dinero. Las personas que convierten su trabajo en un juego le sacan mayor partido y además lo disfrutan. También demuestran mayor concentración placentera, un estado mental provocado por la dopamina (un potente dopaje natural al que todos tenemos acceso). Csikszentmihalyi llama a este tipo de superconcentración “estado de flujo”, cuando el tiempo se nos pasa volando, somos capaces de dar lo mejor, incluso cuando la tarea representa un auténtico desafío.
Deberíamos considerar nuestro compromiso de jugar como una promesa para toda la vida. Una promesa consciente, importante. El juego se alimenta del juego. Cuando una persona aprende a jugar y se atreve a activar a su gamer, se vuelve más fácil extrapolar el juego a otras circunstancias y momentos de la vida.
Escrito por Marta Romo